Nota de opinión/Alejandro Garzón
La decisión de celebrar la Copa América en Estados Unidos marca un punto de inflexión preocupante para nuestro continente. Esta histórica competencia, arraigada en la pasión y la identidad latinoamericana, ahora se ve desplazada hacia tierras extranjeras, alimentando una hegemonía que no debería existir en el ámbito deportivo.
Es comprensible que las consideraciones económicas jueguen un papel crucial en estas decisiones, pero ¿a qué costo? Nuestro continente pierde la oportunidad de destacarse como anfitrión y de fortalecer la unión entre sus naciones a través del deporte. En cambio, se somete a los intereses geopolíticos y económicos de una potencia extranjera, desdibujando los valores deportivos que deberían primar en una competencia como esta.
La CONMEBOL y la dirigencia del fútbol latinoamericano deben reflexionar sobre su papel como guardianes del deporte en nuestra región. No deberían arrodillarse ante los intereses de ningún país, especialmente aquellos que no comparten nuestra historia, cultura y pasión por el fútbol. Es hora de reafirmar nuestra identidad deportiva, devolviendo la Copa América a su hogar latinoamericano y asegurando que las decisiones futuras se basen en lo que realmente enriquece y fortalece a nuestros países.
En última instancia, la verdadera grandeza de la Copa América reside en su capacidad para unir a Latinoamérica en un espíritu de competencia justa y camaradería deportiva, no en servir como un instrumento para la proyección de poderío extranjero. Es hora de que la CONMEBOL y los representantes del fútbol en cada país de nuestra región defiendan con valentía esos principios, asegurando que nuestro continente recupere su lugar como el verdadero protagonista de su propia historia futbolística.