Por Alejandro Garzón*
En estos tiempos de lucha constante, donde cada día parece una batalla nueva, me surge una pregunta recurrente: ¿rendirme? ¿Acaso creen que vine a este mundo para rendirme? Nací bañado en sangre y gritando, marcando mi entrada con fuerza y determinación, y así seguiré hasta el último aliento.
Cada paso que doy está impregnado del sacrificio y la lucha de quienes me precedieron. Mi camino no ha sido fácil, pero ¿cuándo lo ha sido para el pueblo? Somos herederos de una historia de resistencia, de un pueblo que no se arrodilla, que no se da por vencido ante la adversidad.
He visto cómo nos han intentado doblegar, cómo han querido apagar nuestras voces, pero no han entendido que cada golpe nos hace más fuertes, que cada intento de silenciarnos nos da más motivos para seguir gritando. Porque gritar es vivir, es reclamar lo que nos pertenece y defender lo conquistado, es afirmar nuestra existencia en un mundo que a menudo nos niega.
No vine a este mundo para ser uno más, para pasar desapercibido. Vine a este mundo para hacer ruido, para hacer sentir mi presencia, para luchar por un mañana mejor. Porque rendirme no está en mi ADN, no está en la sangre que corre por mis venas. Soy hijo de un pueblo que ha conocido el sufrimiento, pero también la grandeza de no rendirse jamás.
Entonces, ¿rendirme? No, gracias. Seguiré adelante, con la frente en alto y el corazón encendido, porque cada día es una nueva oportunidad para luchar, para gritar y para demostrar que estoy vivo.