Por Alejandro Garzón*
Carlos Mugica, conocido como el «cura villero,» es un símbolo de lucha y amor por los más humildes, un verdadero mártir del pueblo argentino. Nacido el 7 de octubre de 1930 en Buenos Aires, su vida tomó un rumbo de compromiso y entrega cuando decidió ingresar al Seminario Metropolitano de Buenos Aires en 1952, dejando atrás una prometedora carrera en Derecho. Ordenado sacerdote en 1959, Mugica se entregó de lleno a la causa peronista, viendo en el General Perón y Evita la encarnación de los ideales de justicia social y dignidad para todos los argentinos.
Mugica, con una pasión desbordante, se volcó a las villas de emergencia, donde fundó la parroquia Cristo Obrero en la Villa 31. Allí, junto a los desposeídos, encontró su verdadero ministerio, brindando no solo asistencia espiritual sino también luchando por condiciones de vida dignas. Su lema era claro: «Ahora más que nunca hay que estar cerca del pueblo.»
Fue un defensor incansable del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, enfrentándose a las jerarquías eclesiásticas conservadoras que no comprendían su compromiso con las luchas populares. Su cercanía con los más humildes y su fervor por el peronismo le valieron amenazas y persecuciones, pero nunca retrocedió. Sabía que su misión estaba con los olvidados, los que Evita llamó «los descamisados.»
Carlos Mugica vive en cada lucha por la justicia social, en cada manifestación de los trabajadores, en cada rincón donde el pueblo se levanta por sus derechos. Su vida es un testimonio del verdadero peronismo, el que no se conforma, el que siempre busca la dignidad y el bienestar de todas y todos. ¡Padre Mugica presente, ahora y siempre!