Por Alejandro Garzón*
Hoy, Cristina Fernández de Kirchner se presentó ante el tribunal que juzga a los autores materiales del intento de asesinato en su contra. No fue simplemente un acto judicial, sino un momento cargado de simbolismo, de lucha, y de una profunda conexión con el pueblo. Su presencia en la sala no fue únicamente la de una expresidenta, sino la de una mujer que, a pesar de los intentos por silenciarla, se mantiene firme, defendiendo su verdad y su derecho a vivir en una Argentina justa.
Al terminar su declaración, Cristina fue recibida por una multitud de personas. No eran solo caras anónimas; entre ellas estaban quienes han dedicado su vida a la defensa de los Derechos Humanos, aquellos que han visto de cerca el rostro de la injusticia y la violencia, pero que también han sido testigos de la resistencia y la esperanza. Ese «mar de pueblo» no fue allí únicamente a apoyarla, sino a hacer visible un reclamo más amplio: el de una sociedad que no tolera la violencia política, que no acepta el odio como herramienta de poder, y que se une para proteger a quienes se atreven a soñar con un país mejor.
Este intento de asesinato no fue únicamente un ataque contra Cristina, sino también contra la democracia misma, contra la posibilidad de vivir en un país donde las diferencias políticas no se resuelven con balas, sino con ideas, con el debate, con la construcción colectiva. Cristina, al declarar, enfrentó no solo a quienes intentaron asesinarla físicamente, sino a todos aquellos que creen que pueden destruir un proyecto político y social a través del miedo.
El hecho de que hoy la acompañaran tantas personas, de distintos sectores y trayectorias, es una muestra clara de que no está sola. Y más aún, que su lucha es la lucha de muchos. Es la lucha de un pueblo que no quiere volver al pasado oscuro de la persecución y la violencia política. Es la lucha de quienes creen en una Argentina más inclusiva, más justa y más solidaria.
En este momento histórico, es importante recordar que la verdadera justicia no se encuentra únicamente en las sentencias judiciales, sino en la voluntad de un pueblo que no está dispuesto a rendirse. El juicio contra los responsables del atentado es un paso necesario, pero no suficiente. La justicia verdadera será cuando podamos construir un país donde ningún dirigente, ningún ciudadano, tenga que temer por su vida a causa de sus ideas o de su compromiso con los más necesitados.
Cristina, al declarar, mostró una vez más que no se doblega. Que su voz, como la de tantos otros, sigue siendo un faro para quienes creen en un futuro mejor. Y el pueblo, al estar allí, a su lado, demostró que sigue firme, que no la abandonará, y que seguirá luchando hasta que la justicia y la verdad prevalezcan en cada rincón de nuestra patria. Porque en esa voz, en esa lucha, está el futuro de una Argentina que se niega a ser silenciada.