17 de noviembre: sin militancia no hay peronismo

Cada 17 de noviembre, aunque no me tocó vivir aquel día de 1972, vuelvo sobre esa historia para pensar en las compañeras y compañeros que mantuvieron vivo el movimiento en los años de proscripción, persecución y resistencia. Es el día de la militancia organizada, la que sostiene la política con organización y compromiso cotidiano.

El Día del Militante Peronista es, para mí, mucho más que una fecha en el calendario. Es el resultado de una historia hecha de lucha, organización y terquedad popular, que encontró en el 17 de noviembre de 1972 un símbolo poderoso: el regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina después de 17 años de exilio y proscripción. No me tocó vivirlo, pero formo parte de una generación que heredó ese día como una marca política y afectiva, como la prueba de que la resistencia no había sido derrotada.

Tras el golpe de 1955, el peronismo fue prohibido, perseguido y demonizado. Se intentó borrar su presencia de la vida pública: se intervinieron sindicatos, se censuraron símbolos, se prohibieron canciones, se persiguió a dirigentes y militantes. Pero mientras desde arriba se dictaban decretos e intervenciones, desde abajo se tejía otra historia: la de las fábricas, los barrios, las unidades básicas, las parroquias, los centros de estudiantes, donde la identidad peronista siguió circulando como una corriente subterránea pero indestructible.

De esa trama nace lo que conocemos como resistencia peronista. No fue un acto heroico aislado, sino una práctica cotidiana: volantear de noche, esconder un periódico, organizar una olla popular, pintar una pared, sostener un sindicato, discutir política en una cocina fría o en una mesa larga de barrio. Muchas y muchos de esos militantes no aparecen en las fotos oficiales ni en los libros de historia, pero sin su tarea silenciosa el peronismo difícilmente habría llegado vivo a los años setenta.

El 17 de noviembre de 1972, cuando el avión que traía a Perón desde Madrid tocó suelo argentino, buena parte de esa historia tomó cuerpo en la calle. A pesar del clima represivo y del fuerte operativo militar, miles de argentinos y argentinas se movilizaron hacia Ezeiza y los alrededores, dispuestos a desafiar el miedo. La consigna de aquellos años, “Luche y vuelve”, dejaba de ser consigna para convertirse en realidad. El regreso no era solo el de una persona, sino el de un proyecto político que las clases dominantes habían intentado desterrar.

Con los años, el 17 de noviembre se consolidó como el Día del Militante Peronista. Y ahí está, para mí, el núcleo de esta fecha: no se trata únicamente de recordar el regreso de Perón, sino de homenajear a quienes hicieron posible ese regreso con su trabajo cotidiano, quienes mantuvieron abiertas las puertas de una unidad básica, defendieron un convenio colectivo, sostuvieron un comedor, acompañaron en la cárcel, bancaron la clandestinidad, resistieron el exilio.

Cuando hablamos de militancia, no hablamos solo de cargos, fotos o discursos. Militante es quien pone el cuerpo en el barrio, en la fábrica, en la escuela, en el hospital, en el sindicato, en la universidad; quien se toma el tiempo de escuchar, organizar, convencer, tender la mano. El 17 de noviembre reivindica justamente eso: que la política real se sostiene en la paciencia, la convicción y la esperanza de miles de compañeras y compañeros que siguen creyendo que la Argentina puede ser más justa.

La historia argentina muestra que esa militancia pagó muchas veces costos altísimos: despidos, persecución, cárcel, desaparición, exilio. Por eso este día no puede ser solo una jornada de nostalgia, ni una efeméride vacía repetida de memoria. Tiene que ser también un momento de memoria crítica. Recordar el Día del Militante Peronista es reconocer que los derechos conquistados —desde las vacaciones pagas hasta las jubilaciones, desde el voto femenino hasta los convenios colectivos— fueron producto de la organización popular, no de la buena voluntad de ningún poder de turno.

Hoy, en un país atravesado por nuevas formas de desigualdad, por discursos de odio y por políticas que vuelven a descargar la crisis sobre el pueblo trabajador, el 17 de noviembre vuelve a interpelarnos. ¿Qué significa militar en este tiempo de redes sociales, precarización y despolitización? ¿Cómo se traduce la lealtad al pueblo en prácticas concretas, en presencia en los territorios, en defensa de los derechos conquistados?

Para quienes venimos de la militancia sindical, territorial y política, este día es también una responsabilidad. No alcanza con reivindicar a la militancia del pasado si no estamos dispuestos a discutir el presente: qué modelo de país queremos, qué lugar ocupa el trabajo, qué Estado necesitamos, qué papel cumplen nuestros sindicatos y nuestras organizaciones populares. La lealtad a esa historia se juega hoy en la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.

Cada 17 de noviembre, cuando vuelvo sobre estas imágenes y estos relatos, confirmo una idea sencilla pero profunda: sin militancia no hay peronismo, y sin organización popular no hay democracia que se sostenga en el tiempo. Los nombres pueden cambiar, las coyunturas también, pero la fuerza de un movimiento se mide por la capacidad de sus militantes de defender la justicia social, la independencia nacional y la soberanía popular en cada rincón del país.

En un clima donde algunos quieren reducir la política a marketing, odio y negocios, reivindicar la militancia peronista es reivindicar la organización del pueblo como sujeto de la historia. Ese es, para mí, el verdadero sentido del 17 de noviembre.

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